El terror del año 1000

Durante mucho tiempo fue creencia general que la proximidad del año mil hizo surgir en la cristiandad una serie de terrores basados en la convicción de que se acercaba el fin del mundo. Se ha discutido mucho sobre la universalidad de tal creencia, ya que la base de información sobre este hecho la encontramos en el relato del monje vagabundo borgoñón Raúl Glaber.
«El año mil después de la Pasión del Señor, que siguió al hambre desastrosa narrada anteriormente, cesaron las lluvias derramadas por las nubes y, obedeciendo a la misericordia divina, el cielo comenzó a sonreír… Entonces, y ante todo en la región de Aquitania, obispos y abades comenzaron a reunir Asambleas en las que tomó parte toda la población y a las cuales se llevó multitud de reliquias y cuerpos de santos… Todas las gentes acudieron con intención de obedecer a las medidas que iban a prescribir los pastores de la Iglesia, tan dócilmente como si una voz salida del cielo hubiese venido a hablar a los hombres sobre la Tierra. Todos habían quedado aterrorizados por el azote de los años anteriores y sobre ellos pesaba el temor de no poder aprovechar la opulencia que iba a derivarse de la abundancia que se daba por segura».

Pero existe una duda: ¿se trató del año mil, o el año mil después de la Pasión, es decir, el 1033? Y, sin embargo, los datos históricos concuerdan. El año mil fue el año de la renovación. Silvestre II y Otón III estaban a punto de fundar el Imperio Universal, las personalidades de Guillermo de Aquitania, Roberto el Piadoso, Sancho el Mayor de Navarra, Esteban el Santo de los magiares que fue coronado el año mil, el danés Svend, creador de la unidad báltica y Olaf de Noruega, que cristianizó al país, todos ellos abrían una nueva etapa ante la desaparición de Almanzor (1002) y el fin de una serie de plagas que asolaron Europa.

Estas plagas fueron reales. Pero ningún documento de la época habla del Gran Terror. Ni los escritos de Roberto el Piadoso de Francia, ni las 154 bulas pontificias publicadas entre 970 y 1000, ni las biografías de Abbon y San Mayeul, escritas entre los años 1000 y 1040, dicen nada de la llegada del Fin del Mundo. Al contrario, para Thietmar de Mersebourg

«llegado el milésimo año desde el salvador alumbramiento de la Virgen sin pecado, viose brillar sobre el mundo una aurora radiante».

¿Acaso el cronista oficial de los reyes sajones y toda la Iglesia había recibido orden de silenciar el Gran Terror para no aumentarlo? Tal vez este optimismo no sea más que el resultado de ver que, expirado el plazo, no había pasado nada.

En 975, un sacerdote parisino predicaba a sus fieles que el Anticristo sobrevendría una vez cumplido el primer milenio del nacimiento de Cristo, tras lo cual tendría lugar el Juicio Final. Vaticinaba el fin de los tiempos, un acontecimiento previsto por los autores de los textos bíblicos y que supuestamente llegará precedido de señales terribles. Pero fue rebatido en múltiples ocasiones

Lo cierto es que las señales amenazadoras existieron. Muchas gentes, según el monje Guillermo Godel, creyeron que presagiaba el fin del mundo la destrucción de los Santos Lugares ordenada por el califa fatimí al-Hakim; acompañada de una espeluznante serie de guerras, hambres, epidemias y señales en el cielo. Pero, en los años anteriores al año mil, nadie habló de ello, y sí muchos años antes y algunos después. ¿Se trató, tal vez, como afirma Pfister y discute Focillon, de una herejía que la Iglesia persiguió con éxito?

Pero dice Glaber:

«Apareció (un meteoro) en el mes de septiembre, al filo de la noche y permaneció visible cerca de tres meses. Su resplandor era tal que parecía llenar la mayor parte del cielo».

Y no fue esto todo. Los Miracles de Saint Aile nos hablan de ruedas de fuego combatiendo en el cielo… incluso hay, en nuestros días, quien ha querido relacionar estas luces con la aparición en aquellas épocas del fenómeno, sea cual sea su causa, conocido vulgarmente como «platillos volantes»🤣. San Medardo de Soissons añade un dragón y un terremoto al cometa del que habla Glaber.

Desde luego, nada trascendental ocurrió el año mil, ni se produjo el esperado terror, ni mucho menos alcanzó extensión europea. Pero el año mil debe ser mirado como el eje alrededor del cual giró la Historia, porque marcaba el fin de una época de tinieblas para empezar una nueva Era de la vida de la Humanidad.

Pero ¿Cuándo se generalizó la creencia del terror del año 1000?

Esta creencia se le atribuye a el cardenal italiano Cesare Baronio quien asentó la teoría del miedo al año mil. Según afirmaba en sus Anales eclesiásticos, Abbón se había enfrentado a un movimiento que anunciaba que el año mil sería «el último año del mundo, o muy próximo al mismo en que debía revelarse aquel hombre de perdición, aquel a quien llaman el Anticristo».

Y aseguraba con rotundidad que: «Estas palabras se habían difundido por las Galias, fueron predicadas previamente en París y se expandieron rápidamente por toda la tierra. Casi todo el mundo les dio crédito, siendo seguramente aceptadas con temor por los más simples, pero rechazadas por los más sabios».

La verdad es que Baronio, que vivió entre los siglos XVI y XVII, se encontró inmerso en la dinámica de defensa del catolicismo frente al movimiento reformista, conocido como Contrarreforma. Georges Duby justifica esta actitud en su libro El año mil (1967), porque para un Baronio decidido a refutar las críticas que eruditos protestantes hacían a la Iglesia, a la que consideraban alejada de los ideales evangélicos, el pánico al año mil era una idea muy atractiva ya que permitía distinguir entre una masa ignorante de laicos y una minoría eclesiástica capacitada para interpretar las Sagradas Escrituras . Hay que recordar que la interpretación de la Biblia para los protestantes es personal

Documentación

Historia de la Edad Media, Manuel Marín

Ano mil, el fin del mundo. Alejandro Martínez

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